sábado, 10 de noviembre de 2012

El viento que grita

"No hay mejor ejemplo de la musa inspiradora de Jimi - y de la forma en que la música se movía a través de él - que la cancion "The wind cries Mary". En la tarde del 10 de enero, Jimi concedió en su piso una entrevista a Melody maker. Por la noche, Etchingham quería hacer una buena cena y Jimi se metió con las habilidades culinarias de ella. Solían bromear sobre el tema y ella le espetó: - Cómetelo o muérete de hambre-. La manera de cocinar de Kathy era motivo frecuente de peleas entre la pareja, pero en aquella ocasión la escena se puso fea: - Me enfadé mucho, me puse a tirar cacharros y me largué de casa-, dijo Kathy. Cuando regresó al día siguiente, Jimi había compuesto "The wind cries Mary". El segundo nombre de Etchingham era Mary.
La grabación de esta canción fue igual de fácil para Jimi. A falta de veinte minutos para terminar una sesión, Chandler, casi bromeando, le preguntÓ a Hendrix: -¿Tienes algo más-, y Jimi sacó la canción recién compuesta y el grupo se la aprendió allí mismo. -Sencillamente, no ensayamos --señalaba Noel --. Para "The wind cries Mary", Jimi se limitó a tocar los acordes, y como yo había sido guitarrista, podía captar el asunto rápidamente, encontramos la sensación y lo grabamos. No es que nos apresuráramos, sino que de alguna forma sabíamos que debíamos sacarlo rápidamente.-
En aquellos veinte minutos de grabación, se hicieron incluso las regrabaciones de la guitarra de Hendrix. La versión que grabaron aquella noche se convirtió en su tercer sencillo."


Charles R. Croos
ISBN: 9788496222809
Ediciones Robin Book, 2007


Más allá de la traducción y de la veracidad del hecho, la anécdota frente a la canción me parece bellísima; este libro rebosa de esto.




jueves, 8 de noviembre de 2012

Reseña de "Cabecita negra" por Ricardo Piglia

Reseña de "Cabecita negra" de Germán Rozenmacher
Un gato dorado que vuela; un hombre que lleva al hombro su ataúd; "los pájaros de panzas húmedas y escamas de lagarto y colas como víboras y grandes alas de águila y caras de pumas feroces y ojos de sangre y dientes y garras heladas y nocturnas del calor de la luna" revoloteando sobre la niña rubia; el señor respetable, rota su normalidad: "dos desconocidos en la noche entraban en su casa y le pedían cuentas por algo que no entendía y todo era un manicomio" y después comenzaban a "golpearlo", a patearlo en la boca del estómago, mientras el señor Lanari decía no, con la cabeza y dejaba hacer, anonadado"; son los habitantes de un universo cotidiano y a la vez (y sobre todo) inédito en el que la realidad está puesta en el que el más acá termina. Al borde de los símbolos. También dos solitarios, dos tristes solitarios de Buenos Aires conversan, caminan, toman café, van al cine y hacen el amor. Y varios seres humanos (Luis que sabe que si se va todos lo "llevan por delante, por payuca, y en cambio aquí" en Tartagal, es alguien, pero no puede quedarse. Manuel que "tocaba Bach para las gallinas" y que alguna vez había intentado irse "a estudiar piano en serio, y pintura con maestros, para componer música, y había pasado años afuera pero había vuelto" y Raúl "que estuvo por irse como veinte veces de aquí". Y los que nunca se irán, todos) que viven en el Norte, en Salta, monótono, repetido, que no intentan otra cosa que irse. Irse, pero no pueden, y ya no lo intentan. Y en esa imposibilidad, en esas vueltas repetidas, a la plaza, todas las tardes a las siete, están las "Raíces". Las raíces que los fijan en el desarraigo, en una dialéctica del intento frustrado, entre el irse y quedarse. Una especie de rebelión inútil, cansadora. Los judíos tristes, extranjeros; los "cabecitas negra" que quitan la tranquilidad al Sr. Lanari, que miran ladinamente, que piden cincuenta pesos más porque "Perón no quiere que cobre menos". Desarraigados en un país en el que todos somos un poco extranjeros. Los judíos, los cabecita negra, el Sr. Lanari con "la fuerza pública y el ejército" para tranquilizarlo. Sin "raíces". Una atmósfera que envuelve lo cotidiano, un clima narrativo que documenta lo real (salvo en "Raíces") a partir de una cierta irrealidad (irrealidad de lo real, si se permite la paradoja). Todo esto hace, de Cabecita Negra, un libro revelador. Con él, Rozenmacher se inscribe a toda una corriente narrativa argentina que a partir de Payró y Arlt —superado el naturalismo de Boedo— trata de hacer, desde la izquierda, no una "literatura de izquierda", sino una literatura (una narrativa) que documente el país, que intente (como definía Lukacs) una "aprehensión consciente de tendencias reales en la profundidad de la esencia de la realidad". Que comprenda el país, narrándolo. Una narrativa que se enriquece con los aportes de las corrientes contemporáneas (los norteamericanos del 30, los italianos de la post-guerra, Kafka) que actualiza por fin el realismo en un país en el que siempre (salvo algunos libros) se ha confundido realismo con panfleto, con costumbrismo, con obrerismo y mediocridad. Rozenmacher (y no está solo en eso) demuestra que una literatura argentina empezará a partir de una integración con todo lo que la literatura universal puede aportar técnicamente. Con una comprensión clara de lo que significa el compromiso, aceptado, sí, pero redefinido a partir de las obras y no antes. Como tendencia y no como "a priori". Desde el lector y, no en el escritor. Un compromiso que parta de aquello dicho por Engels: "el novelista cumplirá honestamente su tarea cuando mediante una fiel descripción de las relaciones sociales auténticas, destruye las ideas convencionales sobre la naturaleza de esas relaciones, debilita el optimismo del mundo burgués y obliga al lector a dudar de la perennidad del orden existente aunque no indique claramente una conclusión o ni siquiera tome perceptiblemente partido". Porque después (como el Cabecita Negra) se sabrá si el hombre (y su libro) están comprometidos con el país (con alguna parte de él). Antes, sólo se inventarán cánones. "Tristezas de la pieza de hotel", "El gato dorado" y especialmente el universo que recrea "Raíces" (en su primera mitad) nos parecen un ejemplo de lo que Rozenmacher puede concretar no bien integre su capacidad de crear "clima", de construir verdadera poesía narrativa con su estilo seco y directo. No bien supere cierto afán de tesis (sobre todo en el final de "Cabecita Negra"), cierta irrealidad simbólica a la que parece predispuesto (especialmente en "Pájaros Salvajes"), y algún exceso de conflictos laterales, exteriores (todo lo que sigue a la aparición de Juana en "Raíces"). Con Rozenmacher encontramos otro de esos narradores que, desde la izquierda, empiezan a probar que escribir bien es requisito imprescindible para cualquier literatura que quiera ser una manera de ubicar el país en su literatura y desde su literatura.
Ricardo Piglia
Fuente: Revista de la Liberación, año 1, nº 2, segundo trimestre de 1963, págs. 46-47.

lunes, 5 de noviembre de 2012

La república es sagrada, respetemos a las instituciones

Por Alejandro Grimson [fuente]


Frases como esta se han escuchado muchas veces como crítica al gobierno nacional. Sin embargo, lo sucedido ayer con una mujer que tramitó su solicitud de aborto según el protocolo del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires constituye una de las violaciones más graves que han sufrido las instituciones de la república en el último tiempo. Ayer, en la televisión los representantes de las organizaciones que presentaron el amparo para impedir el aborto llegaron a decir que los fallos de los jueces son más importantes que los de la Corte Suprema de Justicia de la Nación. Y que ellos mismos, y no la Corte, serían los intérpretes más importantes de la Constitución. Sin embargo, el artículo 116 de la misma reza:“Corresponde ala Corte Suprema y a los tribunales inferiores de la Nación, el conocimiento y decisión de todas las causas que versen sobre puntos regidos por la Constitución, y por las leyes de la Nación”. Inferiores: ¿resulta claro?

Repasemos:
  • El código penal ya autoriza en su versión de hace casi un siglo lo que esta ciudadana solicitaba. Es una ley y debe ser cumplida. Si a un particular le disgusta debe proponer otra y si no consigue que se apruebe por los representantes del pueblo, debe presentarse a elecciones. Mientras tanto, gobierna la mayoría o primera minoría.
  • La Corte Suprema fue tajante en su interpretación de lo establecido en el código penal.
  • El Ministerio de Salud del Gobierno de la Ciudad realizó un protocolo restrictivo, pero incluso dentro de esas restricciones este caso estaba contemplado.
  • La Legislatura de la Ciudad votó una ley dentro de sus atribuciones, ampliando derechos. Ley que puede ser vetada por el Jefe de Gobierno, haciendo caso omiso del alto “consenso” alcanzado por fuerzas de orientación política diversa en el poder legislativo de la Ciudad.

La acción del Jefe de Gobierno dando publicidad al caso, la entrega de datos personales de la paciente que violan las normas vigentes de confidencialidad y la decisión de una jueza que decide pasar por encima de todas las instituciones, han colocado en serio riesgo la vida institucional de la Ciudad de Buenos Aires. Se trata de un mamarracho institucional en la Ciudad que viola los derechos de esta paciente, que la hace víctima hoy de poderes institucionales que violan normas y que plantea un panorama, al menos, sombrío.

Como lo último que se pierde es la esperanza, uno imagina que finalmente la jueza dejará de serlo por juicio político, que serán sumariados los responsables de violar la confidencialidad, que el poder judicial hará cumplir la sentencia de la Corte y que el poder ejecutivo local cumplirá la decisión de los representantes de los ciudadanos en la Legislatura dela Ciudad.

Primero, para que cada una de estas cosas suceda es imprescindible invitar a quienes crean en la institucionalidad a debatir sin reparos este caso y sus soluciones urgentes. Y a los ciudadanos a manifestarse. Segundo, hay un daño hacia la ciudadana que ya es irreparable. Esperemos que no sea aún mayor.

sábado, 3 de noviembre de 2012

"Carlos de la Púa, el popular"





A fines de 1954, cuando –desaparecido ya el poeta– vio la luz una tardía segunda edición de La crencha engrasada, único libro de Carlos Raúl Muñoz (Carlos de la Púa, “el Malevo”, en el dialecto de la amistad), puede decirse que su singular poemario era ya una curiosidad bibliográfica; además, había adquirido con los años validez documental (de la jerga popular, digamos del lunfardo, de nuestro caló, siempre cambiante, van quedando las palabras más expresivas –como quedó la palabra atorrante– ; las demás se pierden).

Un libro impar de la poética porteña
Al aparecer esa segunda edición, eran muchos los que ignoraban hasta el nombre de Carlos de la Púa. Es claro que sus amigos y compañeros de la vida periodística no lo habían olvidado. Para ellos, ese gran poeta era el “malevo Muñoz”, que no tenía nada de malevo, pero que se conocía el “naipe” de los llamados bajos fondos como nadie y a todos los tipos y cosas de todos los barrios, desde los boliches de la cortada Carabelas por él cantados, hasta puente Alsina, que también mereció un poema suyo.

Él incorporó una serie de palabras de la jerga popular a la poética argentina. (A Unamuno, por ejemplo, le hubiera interesado más esto que los elementos folklóricos de fácil comunicación musical y pintoresquista de la poesía al estilo de Nicolás Guillén o Jijena Sánchez.). Algunas eran palabras usadas por todos, prácticamente; muchas tienen que ver con la jerga callejera infantil –cachusa, ainenti, billarda, gataparida–; la mayoría estaba en boca de canillita, carreros y sobre todo “compadritos” sobrevivientes de los viejos boliches suburbanos; y otras tenían resabios de vida “cadenera”, origen carcelario.

Sabía de memoria los mejores poemas de Darío, el innovador –no el de la princesita–. y mucho de la instrumentación de su poética tiene que ver con el vuelo lírico rubeniano en la forma. Hay dos aspectos en este libro impar que es La crencha engrasada: señalan, el uno, poemas decididamente lunfardos, como “Línea 9”, o con elementos de lunfardía, auténticos, no postizos; y el otro, una tónica de estirpe carrieguista, y aun de más intenso contenido social, como “Los bueyes”, vigorosa estampa que empieza así: “Vinieron de Italia, tenían veinte años,/ con un bagayito por toda fortuna/ y sin aliviadas, entre desengaños,/ llegaron a viejos sin ventaja alguna./ Mas nunca a sus labios los abrió un reproche./ Siempre consecuentes, siempre laburando/ pasaron los días, pasaban las noches,/ el viejo en la fragua, la vieja lavando.”

Y hay dentro de esas dos maneras poemas decididamente antológicos, que configuraron una voz nueva en la poética porteña, como “Barrio Once” (el barrio donde nació Carlos de la Púa), ese ya clásico “Hermano chorro”, “El vago Amargura” (“Mandando a bodega su troli de vino/ junto con la mugre de un bar mishiadura / está siempre escabio el vago Amargura/ que en tiempos pasados fue un gran malandrino”), “Fabriquera”, “Puente Alsina”, la exaltación del tango “El entrerriano”, y otros.

Pequeña Historia
“La crencha engrasada” apareció en 1928, con carátula alusiva de Silva y expresivas ilustraciones de Raúl Mazza, Billiken Muñiz y Zamora, y esta dedicatoria: “El poeta dedica este libro a todos los canillitas de Buenos Aires y con especial devoción a la figura histórica de El Diente, don Eduardo Dughera”… Valga la hipérbole; El Diente era el popular jefe de la reventa de la vieja “Crítica”, cuyos redactores eran entonces casi todos poetas, y entre ellos figuraba el querido e inolvidable “Malevo”. La segunda parte de libro, “Los laburantes”, está dedicada a tres poetas de Buenos Aires: Nicolás Olivari, Raúl González Tuñón y Jorge Luis Borges… Porque eso sí, nadie podrá negar el gran cariño que tenían a su ciudad los poetas del movimiento martinfierrista, al cual pertenecía el autor de “La crencha engrasada”. Y por cierto que fue El Diente quien pagó la edición del libro, que vendió casi exclusivamente don Constantino Caló, también hoy desaparecido, como había desaparecido su extraordinaria, amontonada, polvorienta librería “La Incógnita”, de Sarmiento al 1400…

Los parroquianos de “El Puchero Misterioso”, inverosímil fonda, trastienda de un viejo almacén que funcionaba en Cangallo y Talcahuano, sabían de memoria muchos poemas de Carlos de la Púa: eran canillitas, cocheros, obreros en su mayoría; había entre ellos un dibujante ambulante…

Entonces algunos poetas cultos subestimaban la poesía del “Malevo”, que sin duda vencerá los tiempos y los mitos.

Ahora, quién sabe dónde, en algún lugar de allá arriba o de la vereda de enfrente, Carlos Muñoz, Carlos de la Púa, estará recitando sus versos a Carlitos Gardel, Celedonio Flores, Diógenes Taborda, Enrique González Tuñón, Luis Cané, que fueron sus amigos.

[De "La literatura resplandeciente", Raúl González Tuñón, Editorial Boedo - Silbalba, Buenos. Aires, 1976]

viernes, 2 de noviembre de 2012

Prólogo a "Ladrido: una polémica & El arte / El velo" de David Meltzer

Eric Schierloh, amigo, poeta, novelista, editor, padre, profesor,  lleva adelante el precioso proyecto "Barba de Abejas", libros artesanales, casi de mano en mano. De los títulos publicados (que salen en tanda cada 3 meses) 4 son traducciones de textos desconocidos. Así nos fue acercando a nuestro castellano la poesía de H. D. Thoreau y de Theodore Enslin  en la primer tanda, y ahora  cosechó -con la novedad de ilustraciones coloreadas a mano- a D. H. Lawrence y David Meltzer, de cuyo libro ahora estamos compartiendo el prólogo.

Larga vida a las abejas de Bee-ly

De "Ladrido: Una polémica & El arte / El velo", de David Meltzer, el prólogo por Eric Schierloh.
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PRÓLOGO




When I was a Poet
I was an Acrobat
a Tightrope Walker
keeping balance
in my slippers
on a wire above
Grand Canyon
Inferno
Vertigo
D.M., “When I Was a Poet”





David Meltzer nació el 17 de febrero de 1937 en Rochester, New York, hijo de músicos: chelista el padre, harpista la madre. Cuando David todavía era niño la familia se mudó a Brooklyn, y en 1954, tras el divorcio, se fue a vivir a Los Angeles con su padre. En 1957, un año después de la publica-ción de Howl and Other Poems de Allen Ginsberg y el mismo año de publicación de On the Road de Jack Kerouac, se mudó definitivamente a San Francisco, donde se unió al grupo de poetas en torno a Jack Spicer y Robert Duncan, quienes en cierta forma guiados por Kenneth Rexroth y Madeline Gleason estaban gestando cambios radicales en la literatura, las artes visuales, la filosofía, el interés por las culturas orientales (el zen, las poesías japonesa y china) y la política, cambios que luego conformarían el espíritu de lo que se conoce como el Re-nacimiento de San Francisco, algo así como el ala oeste de la Generación Beat. En el calor de este movimiento, en 1958, in-cluso antes de publicar su primer libro de poemas, Meltzer (que toca la guitarra, la mandolina, la armónica y también el piano) registró un disco que recién se publicaría en 2006 bajo el sello Sierra Records: David Meltzer: Poet with Jazz 1958. Meltzer se ha referido a aquellos años beat de poesía, jazz y va-gabundeo como “un bar mitzvah de desesperanza en la cafete-ría Waldorf, anhelando la oportunidad de hacer explotar New York”. Durante toda la década del ’60 Meltzer tocó con su ban-da Serpent Power, y de hecho, al igual que Ginsberg[1] y Kero-uac, estuvo entre los primeros en trabajar su poesía en contac-to estrecho con la música, tanto el jazz como el folk y el rock.
David Meltzer
"Ladrido: Una polémica & El arte / El velo"
Barba de Abejas, 2012

David Meltzer es un autor de obra vasta. Entre otros ha es-crito los libros de poemas The Clown (Semina, 1960), The Process (Oyez, 1965), The Dark Continent (1967), Round the Poem Box (1969), Yesod (Trigram, 1969), Greenspeech (1970), Luna (Black Sparrow, 1970), Hero/Lil (Black Sparrow, 1973), Arrows: Selected Poetry, 1957-1992 (Black Sparrow Press, 1994), No Eyes: Lester Young (Black Sparrow, 2000; li-bro en el que le rinde homenaje al gran saxofonista y clarine-tista de jazz), David’s Copy: The Selected Poems of David Melt-zer (Penguin Group Press, 2005) y When I Was a Poet (City Lights, 2011). También ha escrito ficción: The Agency Trilogy (Brandon House, 1968; Richard Kasak, 1994), Orf (Brandon House, 1969; Masquerade Books, 1995) y Under (Rhinoceros Books, 1997); los libros de ensayos Two-Way Mirror: A Poetry Notebook (Oyez, 1977) y Beat Thing[2] (La Alameda Press, 2004); ha editado las antologías The Secret Garden: An Antho-logy in the Kabbalah (Continuum Press, 1976; Station Hill Press, 1998), Birth: Anthology of Ancients Texts, Songs, Pra-yers, and Stories (North Point Press, 1981), Death: Anthology of Texts, Songs, Charms, Prayers, and Tales (North Point Press, 1984), Reading Jazz (Mercury House, 1996), Writing Jazz (Mercury House, 1999) y San Francisco Beat: Talking With the Poets (City Lights, 2001); ha grabado, además del ya mencionado David Meltzer: Poet with Jazz 1958, otros dos dis-cos: Serpent Power (Vanguard Records, 1968) y Poet Song (Vanguard Records, 1969), ambos reeditados en 1996, Serpent Power/Poet Song (Comet/ Akarma Records).
Su obra permanecía inédita en español, incluso en antolo-gías dedicadas a la poesía de la Generación Beat.



El presente volumen recoge los libros Bark: a Polemic (Capra Press, 1973) & The Art / The Veil (Membrane Press/Light and Dust Books, 1981)[3]. El primero de ellos está compuesto por poemas y textos en prosa y, ya desde el título, tal vez se deje le-er como una especie de aullido aunque sin pretensiones épico-generacionales y en algo así como una clave humorístico-perru-na, ambientada en la costa oeste, en Bolinas, o Dogtown, la ciudad de los perros, una comunidad bastante inaccesible en la llamada Bay Area de San Francisco conformada por bohemios habitantes algo afectos a la reclusión, hogar del poeta y, en su tiempo, de otros beats como Richard Brautigan, Robert Cree-ley, Joanne Kyger y Philip Whalen. Los “ladridos” que articu-lan una visible dialéctica del amo y el esclavo los profieren pe-rros (¡¿siempre perros?!), perros felices, perros abandonados, perros sarnosos y perros de jardín privado (squares?), a veces inadaptados o outsiders (beats, hipsters?), armados con pregun-tas sinceras y en ocasiones filosóficamente imprudentes sobre el mundo de basura y sordidez que ven a través de sus viejos ojos cansados o inocentes, después de haber sido lobos de la naturaleza y de sí mismos para ser perros del hombre, mien-tras son carcomidos por la sarna, las garrapatas, la hediondez de vagabundo, las pulgas o la simple rasquiña de perro; las res-puestas, cuando aparecen, son casi folk-trash, como salidas de una galleta de la suerte en descomposición, sin un oráculo: «That’s life, dumb fucker, that’s the old ballgame». Es posible, por otra parte, que no esté del todo ausente la mirada crítica sobre la Guerra de Vietnam (1964-1975), y entonces tal vez también la del perro como sujeto sociológico:

Perro es Judío
Perro es Negro
Perro es Blues
Perro es Pobre
Perro eres Tú
Perro es listo o idiota o un poco de ambos…

Bark: a Polemic es, por último, la relación del origen legen-dario de esa ciudad canina por naturaleza, historia y nomencla-tura, a la que se accede tan sólo por un camino bastante in-transitable que sus habitantes intentan mantener secreto y le-jos de los curiosos destruyendo las señales viales que la ligan a la carretera principal y a los forasteros indeseados.
Dibujo coloreado a mano a
partir de un grabado de David Meltzer

 
obra de Peter Leblanc, 1964.
Sobre The Art / The Veil el propio autor ha dicho: «Estas dos obras tratan sobre la paradoja del confinamiento, los de EL VELO son poemas que se imprimieron a sí mismos (que in-sistieron ellos mismos) durante el tiempo en que enseñé escri-tura en una prisión estatal. Los reclusos utilizan las palabras “afuera” y “adentro” en un sentido que, después de mucha reflexión, me di cuenta que los hacía intercambiables y nada diferentes a nociones similares utilizadas por el poeta para describir su propio trabajo y su ser. EL ARTE es sobre ese trabajo. Cómo el adentro se ocupa de su salida y el afuera de su entrada» (“Nota del autor”). En la primera parte, “El ve-lo”, se concentran los poemas presidiarios y aquellos sobre los aprietos y trampas (algo cinematográficos) de la vida ordinaria: las áureas posibilidades que promete un robo a mano armada, el asesinato doméstico, la eterna revolución inconclusa siendo televisada y monitoreada, la escritura co-mo encierro, la sombra luminosa de las drogas, &c. Ese velo acaso pueda entenderse entonces como lo que nos separa de lo que no es y que por lo tanto nos empuja o tiende un puente para actuar, acción u omisión, coraje o temor; aque-llo que está «entre lo que llamamos corazón/ y el mal real». Otra dialéctica.
Los poemas de “El arte” escenifican la rutina del artifi-cio, de la escritura, de la (alucinada) creación poética, del trance de las palabras, y de alguna forma ofrecen un adentro alternativo al afuera del encierro. Si el valor de Bark se jue-ga en ese humor rancio y animal, típicamente beat, el de El arte / El velo tal vez resida en el filo de un juego dialógico entre el adentro y el afuera, entre lo dicho y lo no dicho, en-tre el poema (aunque Meltzer califique el estilo del libro co-mo «de orador callejero, no poesía») y su anverso: la muerte.



Lawrence Ferlinghetti, el último de los mohicanos de la Gene-ración Beat, dijo en ocasión de la publicación de When I Was a Poet (2011), volumen 60 de la prestigiosa colección The Poc-ket Poets de la editorial y librería City Lights Book que él diri-ge y que es algo así como el hogar de la memoria de los Beats en la costa oeste: «Con este libro fundamental, David Meltzer toma su lugar entre los grandes poetas de su generación».
Espero que Ladrido: una polémica & El arte / El velo pueda servir a un propósito semejante y permitirnos comenzar a dar-le a la obra de Meltzer un lugar entre los muchos poetas de la Generación Beat que aún nos resta conocer para, de alguna forma, sumar piezas al complejo rompecabezas que fue la últi-ma vanguardia literaria que dio la literatura del siglo XX.


Eric Schierloh,
invierno de 2012.


[1] Meltzer también comparte con Ginsberg el interés por el misticismo judío.
[2] El libro es una suerte de collage en prosa y verso, y está considerado como su obra épica sobre la Generación Beat. Jack Hirschman (poeta y acti-vista estadounidense) dijo que era «el trabajo lírico-político más importante de Meltzer (…), escrito por un poeta que, en términos de la invención rítmi-ca y verbal y del trabajo con las figuras de la cultura popular, no tiene rival» (en wikipedia.org/wiki/David_Meltzer).
[3] Ambos están disponibles en la web del autor: meltzerville.com/links.htm