Por Julián Bejarano
Desde
el día que me enteré de que el poema Moscas de largas zancas de W.B. Yeats era
el mejor del mundo, quise aprendérmelo de memoria. Busqué el poema en internet
con traducción de Girri y me lo memoricé. Hasta ese momento solamente me sabía
un solo poema de memoria. Uno de Juanele Ortiz que se llama La paloma se queja.
El de Yeats realmente desde el primer día que lo leí me pareció, sin lugar a
dudas, el mejor de todos. La poesía está exenta de este tipo de máximas. Por la
inmensidad de poesía que se ha escrito y que se sigue escribiendo a lo largo de
la historia. Sin embargo uno necesita este tipo de norte como para guiarse y
saber a dónde ir. El poema de Yeats está en la punta de la cima de todos los
peldaños habidos y por haber de la poesía que leí hasta ahora. Tengo 28 años y
por ahora es el mejor de la historia, capaz que dentro de 30 años encuentro
otro que me guste más. No lo sé.
Me
aprendí de memoria Moscas de largas zancas pero después me lo olvidé. Quiero
decir que si en este momento alguien me pide que lo recite seguramente en
algunas partes le voy a pifiar. No obstante me acuerdo de tres imágenes que hay
en ese poema. Que me volaron la cabeza y que difícilmente pueda llegar a
olvidar. La primera es la de Julio Cesar en la tienda y los mapas con los ojos
fijos en el vacío y una mano bajo el mentón. La segunda es la imagen de una
mujer, tres partes niña, pensando que nadie la mira mientras ensaya un paso de
baile aprendido en la calle. Y la última es la de Miguel Ángel acostado en un
andamio pintando la capilla papal. Y no me olvido del estribillo que se repite
después de cada imagen “como una mosca de largas zancas sobre río/su mente se
mueve en el silencio”.
Con
este estribillo (no sé si lo podría llamar de esta manera) me pasó algo muy
loco. El primer trabajo que tuve en mi vida fue como encargado de un depósito
mayorista de una empresa que se dedicaba al rubro de artículos de librería,
regalería y juguetería. Después de trabajar un año y medio en negro terminé con
una lumbalgia tras levantar un par de cajas con mercadería muy pesadas. La
empresa estaba por fundirse y echaron a todos los empleados menos a mí. Que era
el que hacía el trabajo de casi todos. Cuando sucedió el accidente laboral los
dueños, a pesar de no tenerme como empleado registrado en la AFIP, me pagaron
los estudios y una resonancia magnética.
El
traumatólogo del Iteo que me atendió, me recetó tres meses de reposo y tres
sesiones semanales de kinesiología durante varias semanas y me dijo que si
podía cambiara de trabajo. Por supuesto que a ese trabajo de mierda no volví
más. Hice lo que el doctor me recomendó. Gracias a una obra social que tenían
mis viejos me busqué un profesional. Encontré una kinesióloga que me atendía
lunes, miércoles y viernes a la hora de la siesta en un consultorio que tenía
en calle Bavio. Me hacía tirar en una camilla boca abajo y me pasaba un
artefacto caliente por la zona lumbar, después otro aparato electrónico que me
hacía masajes, me pasaba una pomada y también masajeaba la zona con sus manos.
Me recomendó que comprara unas buenas zapatillas y que hiciera una serie de
ejercicios en casa. Me dijo que no iba a poder dormir boca abajo nunca más
porque al otro día me iba a doler todo. Cosa que aún hoy después de casi seis
años no consigo acostumbrarme, ya que toda la vida dormí boca abajo. Y me
aclaró que los días de mucha humedad iban a ser algo así como dolorosos,
totalmente cierto. Cada vez sufro más la humedad entrerriana.
No
sé cómo poder explicar que en la sala de espera de una de las sesiones de
kinesiología yo finalmente terminé de entender el poema de Yeats. Me acuerdo
que estaba sentado en un banquito largo que tenía una funda acolchonada color
negra. Eran tipo las dos de la tarde. Estando del lado de adentro del consultorio
me daba la sensación que la ciudad del lado de afuera no existía. A la
secretaria que estaba clavada al mostrador casi pegado a la puerta de calle la
tenía a una cuadra más o menos de distancia. De repente me vino a la cabeza la
imagen, casi real, de una mosca de largas zancas atravesando un río ancho con
mucha vegetación en ambas orillas. Sentí un silencio ancestral y perfecto. Si
alguien se hubiera acercado a través del pasillo la realidad le hubiera jugado
una mala pasada con la imagen de un pibe mirando solamente una pared blanca.
Esa supuesta pared era una ventana que daba a un río a la siesta y con una
mosca atravesándolo en silencio. Por un momento me sentí como la mente
silenciosa adentro de la mosca que viajaba a través de un río. La felicidad fue
eterna. Después la kinesióloga me llamó tras girar el picaporte de la puerta.
Fue una lástima que no le pudiera explicar el éxtasis por el que acababa de
pasar. Hubiera pensado que estaba mal de la cabeza en vez de mal de la espalda.
Por eso siempre digo que entender el poema de Yeats me llevó por lo menos tres
años.
Tuve
que romperme la espalda en un laburo de mierda para entender el mejor poema del
mundo. Colosal instrucción me dio la poesía.
me voy ya a leerlo
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