viernes, 21 de septiembre de 2012

"El mejor poema del mundo"


Por Julián Bejarano



Desde el día que me enteré de que el poema Moscas de largas zancas de W.B. Yeats era el mejor del mundo, quise aprendérmelo de memoria. Busqué el poema en internet con traducción de Girri y me lo memoricé. Hasta ese momento solamente me sabía un solo poema de memoria. Uno de Juanele Ortiz que se llama La paloma se queja. El de Yeats realmente desde el primer día que lo leí me pareció, sin lugar a dudas, el mejor de todos. La poesía está exenta de este tipo de máximas. Por la inmensidad de poesía que se ha escrito y que se sigue escribiendo a lo largo de la historia. Sin embargo uno necesita este tipo de norte como para guiarse y saber a dónde ir. El poema de Yeats está en la punta de la cima de todos los peldaños habidos y por haber de la poesía que leí hasta ahora. Tengo 28 años y por ahora es el mejor de la historia, capaz que dentro de 30 años encuentro otro que me guste más. No lo sé.
Me aprendí de memoria Moscas de largas zancas pero después me lo olvidé. Quiero decir que si en este momento alguien me pide que lo recite seguramente en algunas partes le voy a pifiar. No obstante me acuerdo de tres imágenes que hay en ese poema. Que me volaron la cabeza y que difícilmente pueda llegar a olvidar. La primera es la de Julio Cesar en la tienda y los mapas con los ojos fijos en el vacío y una mano bajo el mentón. La segunda es la imagen de una mujer, tres partes niña, pensando que nadie la mira mientras ensaya un paso de baile aprendido en la calle. Y la última es la de Miguel Ángel acostado en un andamio pintando la capilla papal. Y no me olvido del estribillo que se repite después de cada imagen “como una mosca de largas zancas sobre río/su mente se mueve en el silencio”.
Con este estribillo (no sé si lo podría llamar de esta manera) me pasó algo muy loco. El primer trabajo que tuve en mi vida fue como encargado de un depósito mayorista de una empresa que se dedicaba al rubro de artículos de librería, regalería y juguetería. Después de trabajar un año y medio en negro terminé con una lumbalgia tras levantar un par de cajas con mercadería muy pesadas. La empresa estaba por fundirse y echaron a todos los empleados menos a mí. Que era el que hacía el trabajo de casi todos. Cuando sucedió el accidente laboral los dueños, a pesar de no tenerme como empleado registrado en la AFIP, me pagaron los estudios y una resonancia magnética.
El traumatólogo del Iteo que me atendió, me recetó tres meses de reposo y tres sesiones semanales de kinesiología durante varias semanas y me dijo que si podía cambiara de trabajo. Por supuesto que a ese trabajo de mierda no volví más. Hice lo que el doctor me recomendó. Gracias a una obra social que tenían mis viejos me busqué un profesional. Encontré una kinesióloga que me atendía lunes, miércoles y viernes a la hora de la siesta en un consultorio que tenía en calle Bavio. Me hacía tirar en una camilla boca abajo y me pasaba un artefacto caliente por la zona lumbar, después otro aparato electrónico que me hacía masajes, me pasaba una pomada y también masajeaba la zona con sus manos. Me recomendó que comprara unas buenas zapatillas y que hiciera una serie de ejercicios en casa. Me dijo que no iba a poder dormir boca abajo nunca más porque al otro día me iba a doler todo. Cosa que aún hoy después de casi seis años no consigo acostumbrarme, ya que toda la vida dormí boca abajo. Y me aclaró que los días de mucha humedad iban a ser algo así como dolorosos, totalmente cierto. Cada vez sufro más la humedad entrerriana.
No sé cómo poder explicar que en la sala de espera de una de las sesiones de kinesiología yo finalmente terminé de entender el poema de Yeats. Me acuerdo que estaba sentado en un banquito largo que tenía una funda acolchonada color negra. Eran tipo las dos de la tarde. Estando del lado de adentro del consultorio me daba la sensación que la ciudad del lado de afuera no existía. A la secretaria que estaba clavada al mostrador casi pegado a la puerta de calle la tenía a una cuadra más o menos de distancia. De repente me vino a la cabeza la imagen, casi real, de una mosca de largas zancas atravesando un río ancho con mucha vegetación en ambas orillas. Sentí un silencio ancestral y perfecto. Si alguien se hubiera acercado a través del pasillo la realidad le hubiera jugado una mala pasada con la imagen de un pibe mirando solamente una pared blanca. Esa supuesta pared era una ventana que daba a un río a la siesta y con una mosca atravesándolo en silencio. Por un momento me sentí como la mente silenciosa adentro de la mosca que viajaba a través de un río. La felicidad fue eterna. Después la kinesióloga me llamó tras girar el picaporte de la puerta. Fue una lástima que no le pudiera explicar el éxtasis por el que acababa de pasar. Hubiera pensado que estaba mal de la cabeza en vez de mal de la espalda. Por eso siempre digo que entender el poema de Yeats me llevó por lo menos tres años.
Tuve que romperme la espalda en un laburo de mierda para entender el mejor poema del mundo. Colosal instrucción me dio la poesía.



Julián Bejarano nació en Buenos Aires en 1983 pero
es Entrerriano. Fue canillita, Kiosquero, Encargado
de un depósito de un mayorista, Playero de estación de
servicios, entre otras actividades. En la actualidad es
Cajero. Timonea junto a Manuel Podestá
el proyecto editorial Gigante

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